2. El miedo pesa



EMMA


Siempre he querido ser un pez.

Sé perfectamente que eso suena bastante ridiculo viniendo de una persona con veintidós años, pero ¿Honestamente? No me importa en lo más mínimo.

Siempre he querido ser un pez. Un pez Koi, para ser más clara. Porque de pequeña mi abuelo me contaba la historia donde el Koi que conseguía nadar río arriba, hasta la cascada y subirla, era reconocido por los dioses y estos lo convertían en un dragón como recompensa por el esfuerzo.

Y a mí simplemente me encantaba la idea de ser recompensada después de pasar por épocas duras. Es bonito, ¿No? Ojalá en la vida real funcionase así también.

Sin embargo, hoy no estoy cumpliendo el juramento que hice una vez de siempre nadar cascada arriba, porque justo ahora, me estoy hundiendo.

El frío del agua sigue calándome a través de la piel. Cuando me lancé, fui totalmente consciente de lo fría que estaba, pero conforme pasaron los segundos mi cuerpo se adaptó a la temperatura. Y yo... deseé estar así por más tiempo, flotando en medio del agua sin tener que soportar el peso de todos los problemas que me caerían encima una vez saliera a la superficie.

Porque eso es lo que me sobra allá afuera: problemas.

Así que aquí estoy, hundida en el fondo de la piscina, no es más que... Un breve descanso. Subiré un rato después.

Y permanezco quieta un buen rato, sintiendo cómo mi ropa mojada se mueve en un vaivén lento. Disfrutando del momento de silencio que me otorga estar bajo el agua. «Subo en un momento», me repito.

Llevo años entrenando para ser la mejor nadadora de la ciudad, así que bajo la manga tengo mi propio récord personal de casi once minutos sin respirar, estoy orgullosa de ello, no lo dudes.

Pero no es eterno. La calma. La ausencia. La tranquilidad... se van, y con ellas, mi oxígeno.

Por un segundo mi cerebro olvida que estoy hundida en una piscina y hace eso que necesita hacer cada cierto tiempo por supervivencia. Respira. 

Entonces el agua quema en mis pulmones cuando lo hago y, por puro instinto respiro otra vez, en busca de una salida. Tengo este momento de lucidez en el que reacciono y decido que ya ha sido suficiente. Mis pies intentan impulsarme con fuerza hacia la superficie y abro los brazos, buscando ascender con rapidez.

Pero. No. Funciona. Y sé que estoy en problemas porque...

¿Conoces la sensación de cuando estás a punto de conseguir algo... pero tus dedos son muy cortos para alcanzarlo? Pues es lo que me sucedió a mí.

¿Y qué queda cuando la meta se vuelve imposible? ¿Qué pasa con la vida de la persona que se basó en conseguir esa meta? ¿Que ocurre con los cimientos de una existencia que se construyó con halagos, opiniones ajenas y el peso mortal de lo que se espera de ti?

Te hundes. Eso ocurre.

Ahora ya no hay nada y me pregunto, «¿Alguna vez lo hubo? ¿Alguna vez viví para complacerme a mí y no a alguien más?» No lo sé, supongo que no.

Ahora solo hay incertidumbre.

Ahora he dejado de nadar hacia arriba.

Ahora solo hay frío y el agua que me rodea es oscura.

Ahora el miedo se aferra al tuétano de mis huesos mientras lucho por mover un mísero centímetro de mi cuerpo.

Pero este no reacciona y, aunque es imposible, solo siento que me hundo cada vez más.



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